Memento mori ("Recuerda que morirás")

Una vieja costumbre de los antiguos romanos (tan plenos de divinidades como terrenales y pragmáticos) obligaba a que un siervo acompañase a todo General victorioso que entrase a Roma recordándole su caracter mortal y lo efímera que sería en el ámbito político su gloria militar, siendo esta una práctica que se implementaba para evitar que el circunstancial dictador se tornase soberbio y ególatra al extremo con las mieles del poder.
La aún conmocionante noticia del temprano fallecimiento del mayor protagonista de la vida política argentina de la última década, Néstor Kirchner, nos trae primeramente esa reflexión romana, ligada a que la muerte es -junto al nacimiento- quizás el único hecho que comparten inexorablemente poderosos y plebe. Toda muerte de un actor político es, invariablemente, un hecho político como tal, que debe ser analizado como hito histórico que alterará la totalidad del escenario. Máxime cuando ese actor es protagonista y guionista principal de la obra en escena.
Desde el llano, uno puede presumir que la desaparición de NK del foco del juego político argentino ha abierto y abrirá un abanico variopinto de reacciones intestinas en cada uno de los argentinos, que irá desde su idealización por sus muchos adeptos, hasta el regocijo sin hipocresías de muchos de sus detractores. Su estilo político en la película de su vida fue sin matices, y así debiera seguir su secuela "post mortem" para los que polarizan el juicio de su legado.
Pero estas breves reflexiones apuntan justamente a lo que siente quien -como el autor- no se siente identificado por esas tendencias personalistas ni antipersonalistas extremas. Es decir, por quienes no veíamos a NK como un tipo simpático, ni como un ser particularmente querible, ni como un iluminado, ni como un gran orador. Pero tampoco como un mero oportunista, ni como un corrupto fenomenal, ni como un demagogo inescrupoloso.
Nuestra visión -que puede ser o no la de un gran número de conciudadanos- identifica al ex presidente como un auténtico político, un lider racional no carismático, una figura introvertida con un proyecto político que enarbolaba conceptos definidos y no renunciables de soberanía nacional (fortaleciendo la autoridad federal aún a riesgo de despreciar el federalismo real), unidad latinoamericana (privilegiando el crecimiento regional aún a riesgo de mezclarse con caudillos poco republicanos), independencia económica (rompiendo las cadenas de la antes atormentante deuda externa, pero aún a través de financiarse políticamente por vías non sanctas), y la reivindicación de los derechos humanos (aún usufructuando electoralmente su compromiso). Es decir, alguien que podía improvisar en tácticas desprolijas, pero a nivel estrategia tenía verdaderamente un plan, bendito o maldito según quien lo mire.
En lo personal, el golpe de su ausencia no corre por lo personal (quizás Alfonsín inspiraba mayor simpatía tanto por su avanzada edad como por su carisma), sino por lo estríctamente político: con su muerte el juego democrático argentino pierde a su "strongest man", como lo tituló ayer el Times londinense.
Sin entrar en repasos electoralistas de su gestión, entiendo que el mayor legado que deja Kirchner es el rescate de la política. Por años los argentinos, sesgados por una dictadura que se llevó la juventud política y acalló al resto, miramos a la política como el terreno espúreo de los políticos. NK reinstaló en la agenda cotidiana de los argentinos el debate (por los derechos humanos, por la redistribución económica, por los medios, etcs.), y ahora nadie duda que la política es la verdadera herramienta de transformación de la realidad social de los argentinos. El arte de bien o malusarla dejó de ser patrimonio exclusivo de los políticos, y ahora también nos comprende y nos obliga al resto de los ciudadanos.
Es por ello que si la muerte de Kirchner nos afectó, debe ser -al decir de Mario Benedetti- por que es un síntoma de que realmente vivió. Que sea este, entonces, mi réquiem para un verdadero hombre político.

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