El sentido del "ballotage"
Por primera vez todos los argentinos decidiremos
quien será el futuro presidente por la vía institucional del ballotage, y eso amerita una mínima
explicación de su verdadero sentido, en tanto se advierte una fuerte confusión
conceptual sobre su esencia, con consecuencias prácticas incluso en la decisión
final del voto a emitir.
Primeramente vale recordar que el esfuerzo
político y presupuestario que genera esta tercera elección federal en el mismo
año tiene una función constitucional precisa, en tanto en las elecciones
generales del pasado 23 de octubre ningún candidato presidencial obtuvo un
caudal de votos suficiente como para consagrarse directamente, por lo cual se
tornó operativa la obligación de convocar a una segunda vuelta electoral sólo
entre las dos fórmulas más votadas (arts. 96 a 98 de la
Constitución Nacional, tras la reforma de 1994). Es por ello que el domingo 22 de noviembre será consagrado como nuevo
presidente argentino para el período 2015-2019 aquél candidato que sume la
mayoría de los votos válidos que se
emitan en la jornada electoral.
Aclarado esto, corresponde remarcar que el ballotage (denominación que hace
referencia al origen francés de esta segunda vuelta electoral) no se trata de
una mera vía de desempate electoral, pues no hubo paridad previa que obligue a
romper un equilibrio inexistente, sino que es una instancia legitimante de
quien invista la máxima autoridad política argentina para los próximos cuatro
años. La Constitución quiere un presidente con definida legitimidad de inicio,
con fuerte respaldo democrático que garantice su estabilidad, aún a sabiendas
de la carga que supone toda elección de esta magnitud.
Y esto es fundamental para refutar la supuesta
razonabilidad de escudarse en el voto en blanco que esgrimen quienes no votaron
en las elecciones generales por ninguno de los únicos dos candidatos que quedan
en esta instancia. Este es uno de los motivos principales de este artículo,
puesto que advierto que muchos amigos, familiares y hasta colegas se encuentran
desencantados con el magro menú electoral que ofrece esta instancia de
dialéctica pura (pues se vota a A o sólo a B), e intentan desesperadamente
asirse de una inexistente tercera opción que sería el voto en blanco. Craso
error conceptual: a diferencia del voto en blanco en las elecciones anteriores,
donde era claro que quien elige votar en blanco está cuestionando la falta de
candidatos atractivos, en la particular instancia del ballotage quien vote en blanco estará haciendo uso de una opción
legalmente posible, pero también ejerciendo una decisión que debe saberse que
es antisistémica y deslegitimante, en tanto –además de favorecer indirectamente
al candidato más votado por el resto- inevitablemente está rehuyendo del
explícito rol legitimador que la Constitución espera de sus ciudadanos para con
el nuevo presidente.
Es que la República Argentina tiene un sistema y
una cultura presidencialista con marcado sesgo unipersonal, como lo enseña la
referencia automática que hacemos cuando referimos a una etapa histórica
cotejando con el presidente de turno, y que se apoya principalmente en la
legitimidad de origen: sólo la victoria electoral mayoritaria augura respaldo
democrático al nuevo presidente por un buen lapso de su mandato, aún para tomar
primeras medidas de peso que puedan no resultar demagógicas. En la primera
vuelta quedaron dos únicos candidatos con chances institucionales de competir
por la presidencia, por lo que no optar entre ellos por no preferirlos es
parecido a lo que ocurre a quien elige no comer cuando se le ofrece en los
viajes entre el consabido “pollo o pasta”: no votar/comer debilita el sistema y
si se lo hace deben conocerse sus secuelas.
Es inevitable demostrar con un absurdo el fracaso
que generaría para toda nueva presidencia el tener una mayoría de votos en
blanco que anticipen que no respaldan al nuevo gobernante que será responsable
de las principales políticas para los argentinos. Por ello, así como debe
constitucionalmente instarse a cumplir con el compromiso ciudadano que esta
novedosa instancia legitimadora del ballotage
entraña para todos (principalmente para los no admiradores de A y B), también
deberá recordarse a esos mismos candidatos que los votos que sumen en esta
particular segunda vuelta no son “propios” como los de las elecciones
anteriores, sino que son una verdadera apuesta de confianza de terceros no
adherentes a la nueva gestión, y así deberán responderles.
Finalmente, dejo planteados algunos desafíos que
la institución del ballotage entraña:
se debe extender necesariamente su regulación constitucional pero a nivel
provincial y municipal bonaerenses (no es justo que sea reelecto un gobernador
o un intendente en ejercicio a quien solo apoya menos de un tercio de sus
representados, como ha ocurrido incluso en nuestra ciudad) y establecer la
imposibilidad de renuncia al ballotage
(para evitar la repetición del desistimiento egoísta del primer candidato del
2003).
Pero, fundamentalmente, corresponde resaltar que
la dialéctica que propone esta nueva institución electoral no debe ser nunca ni
mesiánica ni apocalíptica: madurar democráticamente nos obliga a pensar bien nuestro
voto pero, sobre todo, a aceptar como válida la decisión final de la voluntad
mayoritaria.
Julián Portela
Prof. Derecho Constitucional UNLP
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