La prueba de la blancura
Es la crónica de un final
anunciado: sin reglas claras ni coherencia entre lo que se dice y lo que se
hace, nunca se puede ser campeón. Pero tampoco, ni siquiera, volver a
clasificar para figurar entre los mejores del mundo. En el Mundial de la
transparencia de este año (ranking oficial de Transparency International),
Argentina figura en el puesto 85, muy atrás de otros vecinos latinoamericanos,
y desde allí sigue siendo ilusorio que se aguarde el inicio de la lluvia de
capitales extranjeros para financiar a un país que no genera confianza. Y como
prueba basta con la imposibilidad de retener a los siempre volátiles capitales
del propio empresariado argentino, conocedor de las inconsistencias de nuestra
historia, que ya no duda en emigrar o refugiarse en el dólar para resguardarse
de nuestras cíclicas crisis financieras.
Frente a ello el electorado mayoritario
por dos veces ha comprendido que es relevante respaldar las propuestas
concretas de transparencia y de lucha incondicional
contra la corrupción que han sido un compromiso explícito y casi fundacional de
“Cambiemos”, la alianza política que nos gobierna nacional, provincial y hasta
localmente. Es difícil no coincidir con esa propuesta superadora en un tema respecto
al que ciertamente reinó el desprecio en la gestión anterior, que pecó siempre
de considerar que la ciudadanía solo privilegiaba los avances sociales, como si
no pudiera –y debieran- evaluarse ambas evoluciones (democracia social y
república transparente) de manera mancomunada.
Pero no basta con solo flamear
la bandera de la transparencia, a dos años de gestión es imperioso ejercerla en
los momentos clave. Con foco en nuestra provincia, basta con visualizar el
estado actual de los organismos constitucionales de control (todos encabezados
por simpatizantes confesos del oficialismo), por la insignificancia de la supuestamente
revolucionaria Oficina de Fortalecimiento Institucional (desconociéndose toda
actividad productiva desde su creación), por la desarticulación operativa del
Tribunal de Cuentas (hoy sin quorum
para controlar nada) o del fuero judicial contencioso administrativo (afectado
operativamente por falta de nombramientos o la tendencia marcadamente fiscalista
de los mismos). Ni mencionar tareas más ambiciosas como la pendiente creación
del Tribunal Social de Responsabilidad Política que hace 25 años ordena nuestra
Constitución provincial, o la incorporación de instrumentos de control cívico
directo como las auditorías ciudadanas o la revocatoria de mandatos.
Y en todo ese contexto, y visibilizado
por la tarea investigativa del periodismo (su más sana función constitucional como
ojos de la ciudadanía), ha irrumpido la noticia de una maniobra de corrupción
en la base misma de la legitimidad (el proceso de elección del poder). En lo
concreto, funcionarios y ciudadanos (varios de nuestra ciudad) que figuran como
donantes voluntarios a la última campaña electoral del oficialismo refutan
pública y privadamente haber realizado aporte alguno, lo cual importaría que
pueda haberse caído en la ilegal costumbre nacional de “dibujar” un recaudo legal
con información inexacta. Lo han hecho otros antes? Probablemente sí. Entonces ¿qué
le hace una mancha más al tigre? Mucho.
El escenario actual plantea para
la propia gobernadora un concreto e inmediato “desafío de la blancura”, no ya
como una dicotomía publicitaria, sino como un doloroso test de legitimidad,
coherencia y honestidad con el cambio ofrecido a los electores. Si, como
evidencian muchos testimonios que pululan en las redes, en la provincia de
Buenos Aires se ha configurado el año pasado un financiamiento electoral apócrifo
en el mismo seno del oficialismo, el gobierno debiera colaborar “activamente”
con la investigación, identificando de inmediato a los responsables internos de
tal ilícito (militantes, recaudadores, etc), poniéndolos a disposición de la
Justicia, so riesgo de enturbiar con su silencio o su pasividad a toda la
agrupación política. También los ciudadanos que aparezcan indebidamente como
aportantes en la nómina registrada oficialmente (consultar en https://www.electoral.gov.ar/financiamiento/aportes-privados.php),
debieran cumplir con su deber cívico de denunciar esta grave anomalía (en el
Juzgado Federal Nº3 de La Plata tramita ya una de las investigaciones).
Por ello es que si en verdad
existe un compromiso real de transformarnos en un país serio y confiable, merecedor
de inversiones propias y ajenas que reactiven nuestra economía, debemos seguir el
ejemplo del reciente campeón Francia, donde se investiga a fondo incluso a un
presidente por su irregular financiamiento de campaña. Por el contrario, dejar
que todo pase, o tapar la realidad que disgusta al poder que se arribó con la
plataforma de la transparencia, sería coronar una actitud gatopardista
imperdonable: “si queremos que todo siga
como está, es necesario que todo cambie".
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