ABOGAR EN TIEMPOS DE CRISIS
“Quiero suponer que si la República Argentina se compusiese sólo de
abogados, sería la peor población que pudiera tener”. Esto no lo dijo ayer
alguien que cuestionara que somos demasiados, que hablamos difícil o que solo
nos inspira el lucro personal. Quien lo reconoció hace mucho fue el propio Juan
Bautista Alberdi, el padre de nuestra Constitución y por quien hoy justamente
celebramos el día del abogado en recuerdo de su natalicio, como también
podríamos hacerlo en el de otros colegas que signaron la evolución
institucional de este siempre joven país, como Mariano Moreno y Joaquín V.
González o, más reciente y cercanamente, Alfredo Palacios, Arturo Sampay o Raúl
Alfonsín.
Claro que Alberdi imaginaba un
futuro con escasos abogados para una nación ya organizada y respetuosa de la
ley, que pudiera ocuparse plenamente de su desarrollo económico y su evolución
cultural. Lejos estaba el famoso jurista tucumano de imaginar que, a siglo y
medio, nuestra república aún se presenta frágil no sólo para hacer frente a
tormentas económicas, sino principalmente para sostener un compromiso coherente
con el respeto de la ley, garantizar la convivencia social y prevenir la
omnipresente corrupción.
Dado que el abogado analiza el conflicto
como el médico a la enfermedad, no es tan paradójico entonces que -en un país frecuentemente
convulsionado- la abogacía siga siendo una de las carreras más elegidas por los
jóvenes, que nos suelen manifestar en clase su genuina preocupación por
desentrañar el misterio de una Argentina anómica y desorientada, que sigue
mostrándose desorganizada para desarrollarse con armonía social y que sufre
entre timonazos ideológicos que suelen olvidar que no hay otra forma
constitucional de gobernar que simultánea -y no excluyentemente- con compromiso
social y con honestidad.
Por ello, al tradicional rol de
defensa de derechos individuales y monitoreo de la legalidad, frente a tiempos
de crisis debe acentuarse la función social de la abogacía, aquella que exige
que corporativamente se abandone cualquier actitud elitista o indiferente con
la realidad social, y se avance en el compromiso cívico de defender los
derechos de los más vulnerables, fomentando la tolerancia entre quienes piensan
distinto sin estigmatizar ni discriminar, se intervenga mediando con alternativas
razonables ante los extremos disuadiendo toda forma de violencia y,
principalmente, se consolide una fiscalización crítica que desconfíe
permanentemente de las mieles del poder de turno.
Es por ello que frente a estos
tiempos de crisis, y particularmente en La Plata, como tradicional foro de
abogados que provee una de las facultades públicas más reconocidas del país por
el compromiso social y político de sus egresados (muchos de ellos funcionarios,
jueces, docentes o referentes cívicos), nos corresponde hoy celebrar merecida
pero mesuradamente el haber elegido una profesión fundamental para articular y
mediar ante los cada vez más frecuentes conflictos colectivos, interpretando y
en su caso apoyando la expresión de las manifestaciones legítimas ante ajustes y
recortes que afectan a derechos laborales (como ocurre con los docentes
bonaerenses o con los trabajadores de Astilleros Rio Santiago), de subsistencia
(que plantean las organizaciones sociales) y de educación y progreso (como
exige la comunidad universitaria).
Es que esa necesaria función social de la abogacía también nos la legó el gran
Alberdi, para quien mientras no nos comprometamos en humanizar “la intervención
en el desenlace y arreglo de los conflictos”, seguiremos siendo simplemente una
semi-civilización. Por ello, siempre en época de crisis honrar nuestra
profesión será comprometernos activamente en la articulación de los conflictos
sociales, cumpliendo con nuestra misión de abogar por el bienestar general.Julián Portela
Abogado
Profesor UNLP
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